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"INFORME
ESPECIAL")
Entrevista-manifiesto de Mons. Nicola Bux
(consultor de la Congregación para la
Doctrina de la Fe)
sobre la reforma de la reforma:
"es tiempo de actuar siguiendo
el ejemplo del Papa"
Presentamos la
traducción de una entrevista a Mons. Nicola Bux, publicada por “Tempi”, en
la que condensa los principales elementos de la así llamada “reforma de la
reforma” impulsada por Benedicto XVI.
“De esta
forma, también se impide que puedan «los fieles puedan revivir de algún modo
la experiencia de los dos discípulos de Emaús: entonces se les abrieron los
ojos y lo reconocieron»”. He aquí explicado de manera admirable de qué se
habla cuando se habla de mala liturgia. La cita está tomada de Redemptionis
Sacramentum, documento fuertemente querido por Juan Pablo II.
Quedan
pocos ya que nieguen que, en campo litúrgico, los documentos oficiales del
Concilio Vaticano II hayan sido sustituidos en forma abusiva por un invasivo
“espíritu del Concilio”. Dos ejemplos: el canto gregoriano y el latín, el
uso de los cuales estaba indicado entre las “consignas” litúrgicas más
importantes del Concilio. No se entiende bien cómo, en la práctica, como se
sabe, todo se ha desvanecido. “Efectivamente muchos se preguntan cómo ha
sucedido esto”, dice a Tempi el teólogo don Nicola Bux.
“Es una página que todavía debe
ser aclarada. Los hechos son estos: Pablo VI constituyó el Consilium ad
exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia, con la tarea de «ejecutar» lo
que estaba en la Constitución conciliar Sacrosanctum Concilium. Sobre esta
ejecución ha ocurrido luego de todo porque, confrontando con la letra del
texto y las aplicaciones sucesivas, aparecen diferencias notables. Tomemos
el gregoriano. En el número 116 de la Sacrosanctum Concilium se lee que la
Iglesia lo reconoce como «el canto propio de la liturgia romana» y como tal
le reserva «el puesto principal». Ahora bien, «canto propio» es una
expresión específica. Significa que el gregoriano es una sola cosa con el
rito latino. Eliminar el canto propio es como rasgar la piel de una persona.
Eso es lo que se ha hecho”. La razón alegada es que no se lo sabría cantar.
“Pero esto es un problema falso”, explica el teólogo. “Si pensamos en
cuántos motetes canta la gente sólo porque han sido custodiados y
perpetuados: la Salve Regina, el Kyrie… Y luego, ¿basta realmente que el
canto sea en italiano para que la gente cante?”.
La misma Iglesia en
todo el mundo
Los
biógrafos concuerdan en que la fascinación ejercida por el catolicismo sobre
conversos como Newman, Benson y Chesterton, fue debida también a aquel
universalismo de la liturgia latina que todavía hoy juega un rol importante
en el persuadir a muchos anglicanos a llamar a la Iglesia de Roma. Ahora
bien, además del gregoriano, ciertos encubrimientos han concernido también
al latín. Y, sin embargo, la Sacrosanctum Concilium en el n. 36 prescribe
expresamente: “El uso de la lengua latina, salvo derechos particulares, sea
conservado en los ritos latinos”. “Traducir las lecturas a las lenguas
habladas – sostienen don Bux – ha sido algo bueno, debemos entenderla. Pero
el Papa ha añadido que «una presencia más marcada de algunos elementos
latinos ayudaría a dar una dimensión universal, a hacer que en todas partes
del mundo se pueda decir: yo estoy en la misma Iglesia». Al menos en la
plegaria eucarística y en la colecta el latín debería volver. Entre otras
cosas, Pablo VI estableció que los misales nacionales fuesen publicados
siempre bilingües, italiano y latín. Para permitir en todo momento la
celebración en latín, para tener entrenados a los sacerdotes, y finalmente
porque el italiano cambia y las traducciones, a menudo verdaderas
interpretaciones, tienden cada vez más a traicionar. Hay una carta del Papa
que lo prescribía: no le han obedecido”.
La
liturgia es sagrada si tiene sus reglas. Y si por un lado, el ethos, es
decir, la vida moral, es un elemento claro para todos, por otro lado se
ignora casi totalmente que existe también un ius divinum, un derecho de Dios
a ser adorado. Don Bux dice: “Se dice: Dios, aún si existe, con mi vida no
tiene nada que ver. En cambio, Dios tiene que ver con todo. «Todo me
pertenece», se lee en las Escrituras, también la vida del director Monicelli
le pertenecía. Atención, porque el Señor es celoso de sus competencias y el
culto, más que nada, le es propio. En cambio, precisamente en campo
litúrgico estamos frente a una deregulation”. Para subrayar cómo sin ius y
ethos el culto se vuelve necesariamente idolátrico, en su recientísimo libro
(“Cómo ir a Misa y no perder la fe”), don Nicola Bux cita un pasaje de
“Introducción al espíritu de la liturgia” de Joseph Ratzinger. Escribe
Ratzinger: “En apariencia, todo está en orden y presumiblemente también el
ritual procede según las prescripciones. Y, no obstante, hay una caída en la
idolatría (…), se hace descender a Dios al propio nivel reduciéndolo a
categorías de visibilidad y comprensibilidad”. Y todavía: “Se trata de un
culto hecho por propia autoridad(…), se convierte en una fiesta que la
comunidad se hace a sí misma; celebrándola, la comunidad no hace más que
confirmarse a sí misma”. El resultado es irremediable: “De la adoración a
Dios se pasa a un círculo que gira en torno a sí mismo: comer, beber,
divertirse”. Un efecto dominó.
Es fundamental notar
– escribe don Bux – que “la caricatura de lo divino en aspecto bestial” es
un claro indicio del hecho de que “el trastorno del culto arrastra consigo
al arte sacro”. Es difícil no pensar en la arquitectura de tantas iglesias
modernas. Decaimiento que concierne también a la música y las vestiduras,
visto que en torno al becerro de oro se cantaba y danzaba de modo profano.
En resumen, está todo vinculado a la liturgia. No por nada en su
autobiografía (“Mi vida”) Ratzinger declaraba solemnemente: “Estoy
convencido de que la crisis eclesial en la que hoy nos encontramos depende
en gran parte del derrumbe de la liturgia”.
Fácilmente, frecuentando la Misa por diez domingos en parroquias diversas,
parecería asistir a diez diferentes liturgias. Y si es cierto que católico
significa universal, hay algo que tal vez no va. Y sin embargo, la encíclica
Ecclesia de Eucaristía había sido clarísima: “La liturgia no es nunca
propiedad privada de nadie, ni del celebrante, ni de la comunidad”. La tesis
de don Bux es que como ayuda para la liturgia podría servir aquel Motu
Proprio Summorum Pontificum que, en el 2007, liberalizó la forma
extraordinaria del rito latino. Para el teólogo, “las dos formas del rito
pueden enriquecerse mutuamente, precisamente a partir de este clima
religioso de misterio, el Sitz im Leben, el ambiente vital donde es posible
encontrar a Dios”. ¿Pero se puede hacer ya un primer balance del Motu
proprio? Don Bux responde así: “Una semana atrás estuve en París. La Misa
que, ante un pedido, celebré en la forma extraordinaria estaba llenísima de
jóvenes. El párroco de Sainte-Clotilde me decía que celebra tranquilamente
con los dos ritos, sin ningún problema. La verdad es que deberíamos todos
liberarnos de esta deletérea contraposición entre antiguo y nuevo rito.
Nuestro amado Papa anima y desea la continuidad. Y celebrar tanto en la
forma ordinaria como en la extraordinaria significa poner en práctica esta
continuidad de la Iglesia. ¡Sigámoslo!”.
No se puede ocultar, sin
embargo, que son muchos quienes boicotean el Motu proprio. Para todos, el
antiguo obispo de Sora, Luca Brandolini, que ante la noticia de la
liberalización del rito extraordinario confió a La Repubblica haber llorado
por aquel “día de luto”. Y sin embargo, en una perspectiva ecuménica, la
liberalización de la Misa antigua es un paso hacia delante. “Lo ha
demostrado – añade don Bux – el difunto patriarca de Moscú Alejo II, el cual
aplaudió el Motu proprio con palabras clarísimas: «El Papa ha hecho bien.
Todo lo que es recuperación de la tradición acerca a los cristianos entre
ellos»”.
Según el teólogo, “el
movimiento de jóvenes creado en torno al rito antiguo está en fuerte
crecimiento”. Pero ninguno, especialmente si ha nacido entre los años
setenta y ochenta, puede ser “tradicionalista” en nombre de la nostalgia por
los bellos tiempos que fueron. “Muchos jóvenes piden una sola cosa:
encontrar lo sagrado. Esta es la razón del éxito de la Misa gregoriana.
Ignorar este pedido, que tiene un contorno totalmente espiritual y para nada
ideológico (como, por el contrario, se querría hacer creer), es al menos
contradictorio para quien, por definición, debería «episcopein», es decir,
observar, escrutar”. La situación es paradójica: “Se ha hecho de todo para
renovar la liturgia y atraer a los jóvenes, y ahora precisamente ellos no se
sienten atraídos. Es un hecho que con la forma extraordinaria del rito no
pocos de ellos logran adorar más al Señor. La liturgia sirve para dar al
Señor la alabanza y la adoración justa. Una liturgia que no pone en el
primer puesto al Señor es una ficción, y ellos no se dan cuenta de esto.
Cuando los sacerdotes rezan la plegaria eucarística (es decir, el momento
culminante de la Misa, el de Su Sacrificio por nosotros) girando la mirada
sobre el pueblo en lugar de mirar a la Cruz frente a ellos, se vuelve
entonces claro que no están hablando con el Señor, no están dirigidos a Él.
Y esto no deja de tener consecuencias: los fieles serán llevados a
distraerse, en perjuicio de la participación”.
Pero qué “espaldas al
pueblo”
Está naciendo un movimiento litúrgico nuevo que dirige la mirada al modo de
celebrar de Benedicto XVI. “Lo más importante que el Papa quiere hacernos
comprender – dice don Bux – es la orientación del sacerdote, de su mirada
sobre todo. «Allí donde la mirada sobre Dios no es determinante, toda otra
cosa pierde su orientación», escribe magníficamente Benedicto XVI, y este es
el nudo de la cuestión: la correcta orientación”. Parece, por lo tanto,
haber llegado a un nudo riesgoso: “«Levantemos el corazón. Lo tenemos
levantado hacia el Señor»: lo decimos pero no lo hacemos. Si el sacerdote
mirara la cruz, o el tabernáculo, habría para los fieles un efecto
fuertísimo. Si precisamente desde el ofertorio hasta la Comunión el
sacerdote no quiere estar dirigido ad Dominum, es decir, hacia Oriente,
tenga al menos la Cruz en el centro delante de sí”. Si miras bien, esto
sería posible también con los nuevos altares, por lo que sin volver a
destruir nada (hemos asistido ya a la insensata demolición de muchos altares
antiguos y bellos), bastaría poner sobre el altar la cruz y volverse hacia
ella. Exactamente como hace Benedicto XVI, que interpone la cruz entre él y
los fieles, una cruz bien visible”. En el fondo, Ratzinger tenía en mente
precisamente esto cuando se lamentaba de que “el sacerdote dirigido al
pueblo da a la comunidad el aspecto de un todo cerrado en sí mismo”. Sin
embargo – se objeta -, dar las espaldas al pueblo o incluso sólo interponer
la cruz sobre el altar hace venir a menos el sentido de convite. “Conozco la
objeción: es la idea de Misa-banquete que desde las «comunidades de base de
los años setenta» se resiste a morir. Por esto fue acuñada la expresión
«Misa de espaldas al pueblo». ¿Realmente puede pensarse que las espaldas al
pueblo del sacerdote harían perder el sentido de comunión? Pero la comunión,
para ser tal, ¿no debe venir antes desde lo alto? ¿Realmente el misterio de
la comunión eclesial se resuelve mirando a la asamblea?”, comenta don Bux.
Los extraños
intentos de Bugnini
Está luego la lección silenciosa de
Benedicto XVI sobre la Comunión dada en la boca y de rodillas. “Una
actitud de reverencia – observa el teólogo púgiles – que hace más lenta
la procesión de Comunión y hace más consciente del gesto. Teniendo
siempre claro que la Comunión sobre la mano es un gesto permitido por un
indulto, es decir, un acto de duración limitada, que en cambio se ha
convertido en regla”. Don Bux añade: “Hoy también el tabernáculo se ha
convertido en «signo de conflicto». ¿Cómo no comprender que si el
tabernáculo no está ya en el centro, tampoco será considerado ya como el
centro?”. De aquí su propuesta a los sacerdotes: un intercambio
tabernáculo – sede sacerdotal en el centro del presbiterio. “La gente
volverá a creer en el Santísimo Sacramento; nosotros, los sacerdotes,
ganaríamos en humildad; y al Señor será restituido el lugar que le
corresponde”.
Volviendo al
Concilio “traicionado”, Annibale Bugnini, indiscutido protagonista de la
reforma litúrgica, declaraba tranquilamente a L’Osservatore Romano:
“Debemos quitar de nuestras plegarias católicas y de la liturgia
católica todo lo que pueda ser la sombra de una piedra de tropiezo para
nuestros hermanos separados, es decir, los protestantes”. Incluso más
allá de su discutida pertenencia masónica sobre la que tanto se ha
escrito (entre otros, por el vaticanista Andrea Tornielli en 30Giorni),
la verdadera pregunta es si un intento como el mencionado ha sido
insignificante respecto a la situación en que hoy se encuentra la
liturgia, es decir, a lo que Benedicto XVI llama “deformaciones al
límite de lo soportable”. “De sus responsabilidades – afirma don Bux -,
Annibale Bugnini responderá al Señor. Una ayuda para entender la reforma
puede llegar del libro de Nicola Giampietro que contiene el testimonio
del cardenal Ferdinando Antonelli, autorizado protagonista de aquel
Consilium encargado de ejecutar los documentos de la reforma. Antonelli
ha escrito cosas decididamente fuertes sobre el clima que había en ese
Consilium del que Bugnini era el factotum y también sobre el rol de
aquellos seis expertos protestantes que tuvieron una función bastante
mayor que la de simples observadores. Ciertamente serviría publicar los
diarios secretos de Annibale Bugnini. Aunque sólo sea para una mayor
comprensión de qué ha sido realmente la reforma litúrgica
post-conciliar”.
La influencia del
relativismo en la Iglesia y en la Eucaristía
Entrevista con el profesor Nicola Bux
BARI, martes, 20 diciembre 2005 (ZENIT.org).-
Monseñor Nicola Bux, consultor de la Congregación para la Doctrina
de la Fe, ha estudiado la influencia que el relativismo está
teniendo en relación de las comunidades católicas con la Eucaristía.
Recoge sus conclusiones en el libro «El Señor de los Misterios.
Eucaristía y relativismo» («Il Signore dei Misteri. Eucaristia e
Relativismo») publicado en italiano por Cantagalli, una editorial de
Siena, con prefacio del cardenal Angelo Scola, patriarca de Venecia.
Monseñor Bux también es consultor de la Congregación para las Causas
de los Santos, profesor de Liturgia Comparada, vice-presidente del
Instituto Ecuménico de Bari y consultor de la revista teológica
internacional «Communio».
Ha publicado una decena de libros, uno de los cuales presentado en
Roma por el cardenal Joseph Ratzinger: «La unidad de los cristianos
hacia el Tercer Milenio», publicado de la Libreria Editrice
Vaticana, en el 1996.
En esta entrevista concedida a Zenit, monseñor Bux habla de la
influencia del relativismo en la Iglesia y en el Sacramento de la
Eucaristía.
--Eucaristía y relativismo: el título es evocador pero
inquietante. ¿Qué quiere sugerir exactamente al vincular a la
Eucaristía con el relativismo?
--Monseñor Bux: En el libro se indican numerosos intentos por
deslucir la verdad del Sacramento: uno de los más graves es negar
que Jesucristo esté presente en el pan y en el vino sobre los que el
sacerdote pronuncia las palabras consagratorias.
Por el contrario, el «Compendio» del Catecismo de la Iglesia
Católica afirma en el artículo 283 la eficacia de las palabras de
Cristo y el poder del Espíritu Santo. Desafortunadamente esta
tendencia también está difundida entre sacerdotes y catequistas.
--«La crisis del cristianismo es la crisis de su pretensión
de verdad», advierten los adversarios de la Iglesia, como escribe en
su libro. ¿Es así?
--Monseñor Bux: Esta afirmación es verdadera si se presta atención a
las intervenciones de algunos eclesiásticos que están preocupados
por no herir la sensibilidad o que hasta están convencidos de que la
fe en Jesucristo no sea la verdad que salva al hombre, sino sólo una
entre otras. Esta afirmación no es verdadera si se escucha al Papa
Benedicto XVI y a los obispos unidos con él en sus intervenciones.
--A veces a los propios católicos les cuesta celebrar con
alegría los sacramentos. ¿Qué está sucediendo?
--Monseñor Bux: Hace falta volver a hablarles de los sacramentos
como la prolongación de la presencia del Señor que ha venido a
querernos como Padre, a adoptarnos como huérfanos, a darnos la
fuerza de su Espíritu, a alimentarnos con el Pan de su Vida, a
perdonarnos de los pecados que pesan y condicionan la existencia, a
curarnos de las enfermedades físicas y espirituales, a darnos la
capacidad de servirle a Él y a los hombres en la Iglesia y en el
mundo, a establecer una relación de amor verdadero y eterno entre
hombre y mujer, parecido a su amor.
Cada una de estas acciones es un gesto que Cristo ha cumplido en su
vida terrenal y sigue cumpliendo en su vida inmortal a través de su
cuerpo eclesial. Tales gestos y palabras eficaces los llamamos
misterios y sacramentos según la tradición griega y latina.
Dan la alegría verdadera, pues hacen renacer, curar y devolver al
hombre la capacidad de vencer el mal y la muerte. La liturgia
debería ser capaz de hacer vivir así, sin confiar demasiado en
palabras sino en la elocuencia y eficacia de los signos.
Dios se ha encarnado, ha tomado la naturaleza humana para decirnos
que nos salva a través de la materia: del agua, del pan, del aceite,
etcétera.
--Usted constata que hay «malestar» ante el pensamiento
católico. ¿Por qué?
--Monseñor Bux: Dice san Pablo: nosotros tenemos el pensamiento de
Cristo. La verdad es católica porque es Cristo que vive y siempre
tiene valor, dondequiera que sea y en todos los sitios --como decía
un monje medieval, Vincenzo de Lerins-- y no se conforma con las
modas que pasan. Casándose con ellas uno acaba por quedarse viudo.
Fuente:
http://www.zenit.org/article-17822?l=spanish
A.M.G.D